“ El tiempo se ha convertido en algo muy
importante para él, mucho más de lo que era cuando tenía un trabajo. Demasiadas
veces ha despertado a las tres de la madrugada, tras haber perdido el
conocimiento la noche anterior, y se ha encontrado con que no había ni una sola
gota de alcohol en casa. Ha sentido que el pánico aumentaba en progresión
geométrica conforme el correr de los minutos le marcaba la eternidad existente
entre él y el mundo legalmente húmedo de las seis de la mañana. Sus bien
dispuestas reservas de alcohol, que lo ayudarían a cruzar la tundra de dos a
seis, a menudo se consumían a ciegas desde el abismo, después de que él hubiese
cruzado la frontera de toda planificación cuidadosa. En una ocasión renunció a
la espera y se fue corriendo al supermercado abierto toda la noche, donde se
sintió agradecido por el privilegio de haber pagado un sobreprecio por una
botella tamaño familiar de colutorio bucal. Ocho minutos más tarde, con el
coche aparcado delante de su apartamento, la botella estaba medio vacía y él ya
había empezado a calmarse. Apagó el motor del coche, detuvo la combustión
interna.
Así pues, su vida está marcada por los límites
impuestos por la ley y las banderas rojas de las costumbres.
(……)
- Hola –dice ella, y le besa la
mejilla sudorosa. Al advertir el estado en que se encuentra, vuelve a su faena
en la cocina. A su juicio es una escena demasiado desoladora para mirarla-.
Probablemente no quieres oír hablar de ello ahora mismo, pero he comprado
arroz. He pensado que podrías comer un poco. Así que si más tarde tienes hambre
dímelo y te lo prepararé enseguida.
Se vuelve hacia él sonriendo, con la
mano en la cadera, en una burlona parodia de su papel de ama de casa.
- De acuerdo –murmura él-. Voy al
baño. Tomaré una ducha –añade, y sale tambaleándose de la cocina, con un litro
de vodka en cada mano.
Es un atardecer extraño y nuboso en
Las Vegas, y la luz difusa del sol se ve aún más enturbiada por la ventanita
traslúcida del lavabo. Como tiene las palmas sudadas le resulta difícil coger
la botella de vodka por el cuello, pero con las dos manos puede beber y dejar
luego la botella sin ningún incidente. Inclinado sobre el lavabo, aferrado a la
fría porcelana, vomita de inmediato, tal como había previsto, y lo intenta otra
vez. Hasta que no abre la segunda botella no es capaz de conservar nada en el
estómago. Cinco minutos más tarde ya se mantiene en pie con mayor firmeza y se
las arregla para darse una ducha rápida, interrumpida de vez en cuando por
tragos escrupulosamente espaciados. Treinta minutos después de entrar en el
baño, sale con las dos botellas vacías y se siente lo bastante bien como para
sonreír y dispuesto para su primera bebida del día.”
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