viernes, 18 de noviembre de 2011

“LEAVING LAS VEGAS”, de John O’Brien.


      “ El tiempo se ha convertido en algo muy importante para él, mucho más de lo que era cuando tenía un trabajo. Demasiadas veces ha despertado a las tres de la madrugada, tras haber perdido el conocimiento la noche anterior, y se ha encontrado con que no había ni una sola gota de alcohol en casa. Ha sentido que el pánico aumentaba en progresión geométrica conforme el correr de los minutos le marcaba la eternidad existente entre él y el mundo legalmente húmedo de las seis de la mañana. Sus bien dispuestas reservas de alcohol, que lo ayudarían a cruzar la tundra de dos a seis, a menudo se consumían a ciegas desde el abismo, después de que él hubiese cruzado la frontera de toda planificación cuidadosa. En una ocasión renunció a la espera y se fue corriendo al supermercado abierto toda la noche, donde se sintió agradecido por el privilegio de haber pagado un sobreprecio por una botella tamaño familiar de colutorio bucal. Ocho minutos más tarde, con el coche aparcado delante de su apartamento, la botella estaba medio vacía y él ya había empezado a calmarse. Apagó el motor del coche, detuvo la combustión interna.
             Así pues, su vida está marcada por los límites impuestos por la ley y las banderas rojas de las costumbres.

(……)

            - Hola –dice ella, y le besa la mejilla sudorosa. Al advertir el estado en que se encuentra, vuelve a su faena en la cocina. A su juicio es una escena demasiado desoladora para mirarla-. Probablemente no quieres oír hablar de ello ahora mismo, pero he comprado arroz. He pensado que podrías comer un poco. Así que si más tarde tienes hambre dímelo y te lo prepararé enseguida.
            Se vuelve hacia él sonriendo, con la mano en la cadera, en una burlona parodia de su papel de ama de casa.
            - De acuerdo –murmura él-. Voy al baño. Tomaré una ducha –añade, y sale tambaleándose de la cocina, con un litro de vodka en cada mano.
            Es un atardecer extraño y nuboso en Las Vegas, y la luz difusa del sol se ve aún más enturbiada por la ventanita traslúcida del lavabo. Como tiene las palmas sudadas le resulta difícil coger la botella de vodka por el cuello, pero con las dos manos puede beber y dejar luego la botella sin ningún incidente. Inclinado sobre el lavabo, aferrado a la fría porcelana, vomita de inmediato, tal como había previsto, y lo intenta otra vez. Hasta que no abre la segunda botella no es capaz de conservar nada en el estómago. Cinco minutos más tarde ya se mantiene en pie con mayor firmeza y se las arregla para darse una ducha rápida, interrumpida de vez en cuando por tragos escrupulosamente espaciados. Treinta minutos después de entrar en el baño, sale con las dos botellas vacías y se siente lo bastante bien como para sonreír y dispuesto para su primera bebida del día.”





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