lunes, 29 de febrero de 2016

"ALACRANES EN SU TINTA", Juan Bas


       “Sólo conservo del crescendo de la multiintoxicación flashes visuales y algunas impresiones: cuando quise ir a mear, me equivoqué de puerta y entré a un sitio que debía servir de almacén o depósito de cadáveres, en tinieblas, donde me tocó la cara algo que podían ser telarañas y otro elemento, pulposo, de origen desconocido y tal vez numeroso; Lon Chaney en pleno delirio romántico, bebiendo pis en la botorra chiruca de una de las arpías; Asti sacándole las inmensas tetazas del escote a su camarada y chupándoselas con fruición: efectivamente, los pezones eran como mandos de televisión antigua; cuando por fin atiné con el retrete, pero me encontré en él a dos de las ninfas atareadas con sus respectivas llagas –no pude aguantar más, oriné en el desportillado lavabo y ahogué a una cucaracha-; otra de las arpías, desnuda de cintura para abajo, velluda como un oso, que danzaba -¡al ritmo de las canciones de Mari Trini!- a medio camino entre el ballet y el cancán y realizó un grand écart que, como en el chiste clásico, la dejó pegada por succión a las baldosas del suelo que no conocía fregona; Asti levantando por encima de la cabeza a Lon Chaney y arrojándola por detrás de la barra; Milo con el cipotín tieso, atendido por otra de las guarras; la gorda desnuda por Asti y desparramada sobre la barra como la montaña mágica tras una carga de dinamita; Lon Chaney que, sorpresas de la vida, bajo el sudario escondía un cuerpo con tetillas de perra pero grupa más que aceptable, dejándose lamer el despelujado higo por la menos fea, que guardaba una sorpresa dentro del pantalón de pocero y después la enculó contra la pared; Asti en pelota con unas bragas de leopardo en la cabeza que parecían el pellejo completo del animal, encaramado a la gorda y follándola furiosamente no más de los sesenta segundos canónicos a pesar de la carga que llevaba encima...”