lunes, 28 de noviembre de 2011

"EL ABUELO", de Ignacio Villar


      Era una de esas últimas tardes de verano. Allí todo el mundo lo decía;

- Ya se sabe, aquí, el verano dura del 15 de julio al 15 de agosto.

      El niño bajaba a paso tranquilo a casa de los abuelos. Mamá se lo dijo sin muchas más explicaciones:

- Vete a ver a los abuelos, y espérame allí hasta que vaya con Papá.

      Y eso hizo. Pasó por la plaza que su padre siempre llamó del Ayuntamiento, pero que no sabía porqué, todavía tenía una estatua a caballo de aquel viejo militar que murió cinco años atrás.

      Como siempre, y no sabía por qué, volvió a atravesar el Pasaje de Peña, y, una vez más, a mitad de camino, no podía respirar por el humo de los tubos de escape de los coches. Acabó el último tramo pues, como siempre, corriendo.

      Llegó al portal, y de puntillas, llamó por el telefonillo.

- Abuela, abre, soy yo.

      Subió las escaleras de tres en tres. La puerta de la casa estaba abierta. Nadie le esperaba. Extrañado, cerró la puerta con cuidado y empezó a buscar. Finalmente entró en la habitación de los abuelos. Allí estaban todos alrededor del Abuelo. El niño, curioso, se asomó entre la nube de batas. Lo vio en su silla. El Abuelo sudaba copiosamente. La tía Carmen le abanicaba, pero no parecía hacerle efecto. El resto de sus tías estaban también en la habitación.

- Acércate, oyó que le decía en un susurro.

      Su voz, siempre firme e imperiosa sonaba ahora débil, entrecortada, lejana.  El niño se sentía dentro de una de esos dramones, como los llamaba su padre.

- Acércate, repitió el Abuelo. ¿Cómo estás?

- Bien, respondió el niño, como siempre, tan parco en sus palabras.

      El Abuelo bebió un trago de agua del vaso que le puso en los labios la Abuela. Trabajosamente, se pasó su pañuelo por la cara para secar parte del sudor. El niño no reconocía a su Abuelo. Si, era él, pero no era el Abuelo que él recordaba. Su Abuelo era eso que sus tíos llaman, un "hombre de orden". ¿De orden?, se preguntaba el niño...si nunca le he visto dejar nada en su sitio, todo lo hace la Abuela. Y ahora, ahí le tenía, enfermo, en manos de las mujeres de la familia.

      De repente, como si el Abuelo lo hubiera ordenado, en ese estilo suyo tan peculiar de ordenar sin decir nada, se hizo un silencio.

- Chaval, recuerda una cosa, llegado el momento, que llegará, sé valiente, y muere como los toros bravos, en medio de la plaza.

      El Abuelo se calló. En ese momento, Mamá y Papá entraban en la habitación.

- Mamá, ¿que le pasa al Abuelo?, le dijo a bocajarro a su madre.

      Toda la familia le miró con esa cara que quiere decir, Esther, ¿no sabes hacer que tu hijo no hable a destiempo?

- Nada, el Abuelo está un poco malo. Corre a casa, que tu hermana te dará la cena.

      Dicho y hecho. No se sentía cómodo en ese ambiente claustrofóbico. No sabía el qué, pero ahí pasaba algo raro. Se acercó a darle un beso al Abuelo antes de irse, y cuando tenían ambas caras pegadas, y en un nuevo susurro, el Abuelo repitió.

- Recuérdalo, como los toros bravos, en medio de la plaza.

      Vale, pensó el niño.

      A la mañana siguiente, cuando bajó a desayunar, Mamá no estaba.

- Techu, ¿donde está Mamá?

      Su hermana mayor, con cara de, este-crío-no-se-entera-de-nada, le dijo.

- Esta en casa de los Abuelos, el Abuelo murió anoche.

      Pasaron los años, y aquel niño se hizo hombre, fue padre, y tuvo siempre presente ese día en el que el Abuelo, consciente de su cercano final, le dejó marcado con tinta indeleble la eterna levedad del ser...como los toros bravos. Desde entonces, vive el día a día, sabiendo que cada día pasado no vuelve, no se repite, cada día dedicado a ser infeliz es tiempo perdido que no volverá, porque, pese a lo que nos creamos, el Tiempo no pasa, somos nosotros los que pasamos.

jueves, 24 de noviembre de 2011

"LA HUÍDA", de José Antonio Llebrés.


     La jauría nos sigue de cerca. Aunque lejos, sus ladridos amenazantes atenazan nuestros cuerpos convulsos y hacen que intentemos huir más y más rápido por el suelo cenagoso entre el arbolado. El eco retumba entre los árboles mortecinos y nos inunda las almas de miedo y terror. La tenue neblina es nuestra aliada pero poco a poco las imágenes difusas de los troncos de los árboles contra los que poco antes trastabillábamos y a los que nos aferrábamos para no caer una y otra vez, se tornan en pálidas siluetas erguidas sobre la hojarasca embarrada y fría. Tengo las manos hinchadas de frío y las múltiples heridas producidas por el ansia de escapar ya no sangran ni duelen. No siento los dedos. Me los miro y siguen ahí aunque al toparme con los troncos de los árboles y los ramajes rígidos no los siento. Mi compañero de escapada consiguió unos guantes que arrancó de las manos del cuerpo inerte del pobre diablo que guardaba la puerta de la finca mientras yo vigilaba. Otro ser inocente que muere sin necesidad.

      Voy por delante de mi compañero, aquejado de las llagas de los pies producidas por los grilletes que le tenían prisionero desde hace tiempo. El frío es sobrecogedor y nuestras ropas están empapadas de barro, sudor y sangre. Ascendemos. Y los troncos caídos, rotos y enmarañados en grotescas figuras dificultan nuestra marcha. Los perros se acercan. Si no ladraran con rabia hace tiempo que nos habrían cogido y se habrían deleitado con nuestra debilidad hasta la llegada de sus guardianes, lo cual nos hubiera liberado del sufrimiento. La muerte en el acto es el premio para un fugitivo cazado. Es la ley, y la ley es ejecutada con enorme pasión y devoción. Pero ladran. Y ese gesto hace que sigamos huyendo y llevando nuestros cuerpos y nuestras almas hasta el límite de la extenuación y la razón.

      Mi compañero no puede casi andar. Las tremendas y profundas heridas de sus tobillos hacen que se retrase cada vez más. Yo no puedo parar. Ahora sé que él será cazado. Él también lo sabe. Ya a lo lejos, vuelvo la vista y lo veo azaroso y quejumbroso arrastrándose con las manos, arrodillado. Humillado. Me mira. No hay palabras. Esa ha sido nuestra despedida. Dentro de muy poco los ladridos de los hambrientos perros dejarán paso a los quejidos y gritos de mi compañero mientras sus carnes son desgarradas entre los silenciosos árboles, testigos mudos del horror. Y después seguirán ladrando pero esta vez en mi búsqueda.

      Sigo subiendo y subiendo. La fuerte pendiente y el resbaladizo suelo me obligan a extremar las precauciones. Este terreno me es favorable porque los perros tendrán más dificultades que yo en atravesarlo. Me pesa el cuerpo y no siento ni las manos ni los pies, el dolor dejó paso a la indiferencia, pero mis esperanzas de escapar están intactas y más ahora que los perros casi no se oyen aunque mi rastro es imborrable en este terreno así que no puedo aflojar el paso.

      Me vienen a la mente imágenes y recuerdos de tiempos mejores, tiempos felices y prósperos. Mi tranquila vida pasada se tornó en desgracia en aquel infinito instante en el que su vida se deslizó fuera de ella después del fogonazo. El disparo que segó su existencia ahora me acosa y me persigue. Quien a hierro mata, a hierro muere. Mi penitencia es ésta y me empujará a reunirme con ella dentro de muy poco puesto que el destino así está escrito. Fugazmente vi irreconocible mi reflejo en el espejo del salón aquella tarde. No era yo, pero aquel hombre que empuñaba el arma ahora humeante y caliente tenía mi cara y vestía mis ropas. Pero para mí, era un desconocido. La sangre que manaba de su cabeza transformando su largo pelo dorado en rojizo ardiente llegaba ya a mis pies a pesar de ir empapando la gruesa alfombra. Pero no los aparté. Seguí allí, de pie, recreándome en tan dantesco espectáculo. Los actores de esta farsa han cumplido bien su papel. Murió quien tenía que morir a manos de quien tenía que matar. La función concluyó sin aplausos.

      Otros ya lo han intentado y algunos, los menos, lo han conseguido. Salir de ese infierno no es fácil pero ahora me doy cuenta de que si no lo hubiera intentado no tendría sentido seguir con vida. ¿Qué me deparará el futuro? ¿Cómo he llegado a esto? Mientras tanto, sigo huyendo de los perros y, si consigo zafarme de ellos, intentaré huir de mi mismo.


viernes, 18 de noviembre de 2011

“SOÑÉ QUE VIVÍA CONTIGO”, de José Antonio Llebrés.

(Relato completo)


     En un palacio de grandes pórticos y ventanales. Del esplendoroso jardín nacen las más bellas flores para engalanar tu suave pelo, que las delicadas brisas mecen cuando caminas sobre pétalos de rosas. Tu cuerpo, cubierto con las mejores sedas traídas expresamente de la gran Persia, se mueve grácilmente entre los grandes y coloridos cortinajes que cubren las estancias cuando te acercas a mí con una sonrisa infinita. Tu olor te precede, por encima de los relajantes perfumes que emana nuestro jardín y me embriaga hasta la extenuación. Cierro los ojos y te imagino abrazándome, y tu joven piel junto a la mía. Abro los ojos y sucede. Salimos al balcón cubierto de sinuosas enredaderas y contemplamos la naturaleza en toda su gracia, en la primavera de la naciente y próspera Babilonia. El muro del jardín de nuestro palacio, cubierto de ladrillos vidriados de tonos azulados y grisáceos, contrasta, en la lejanía, con los rojos, amarillos y verdes de las flores y los árboles frutales regalándonos a la vista un luminoso arcoíris. Cuando tus ojos se posan en el jardín, éste se pone a tus pies y potencia sus tonalidades y aromas para dedicártelos por el solo hecho de fijar tu mirada en él. Ella es así, sabe sacar lo mejor de cada persona y cada ser vivo. Tus profundos y serenos ojos apaciguan el alma, tranquilizan como la música amansa a las fieras. Tu piel brilla al sol primaveral que calienta nuestros espíritus y se ilumina con un aura que te envuelve y engrandece tu insuperable belleza.

      Me regalas todo tu ser sin pedirme nada a cambio. Nada me pides pero todo te doy, nada te pido pero todo me das. ¿Es esto amor? Los árboles retuercen sus ramas cuando pasas junto a ellos en señal de saludo y los animalillos dejan sus quehaceres momentáneamente para dedicarte una mirada de soslayo al sentir tus pasos acercándose delicadamente. Y no se asustan, permanecen a la vista en señal de admiración y sumisión. Tus largos paseos por nuestro jardín lo fortalecen y hacen que sea el más frondoso y colorido de toda Babilonia compitiendo estrechamente con los Jardines Colgantes, el orgullo de esta gran ciudad. Tengo celos de los árboles, de los pequeños animales que moran en nuestro jardín, de los rayos de Sol que te iluminan, de los vestidos que rozan tu cuerpo, pero sé que ellos no podrán separarte de mí. Te siento tan cercana… una sensación indescriptible recorre mi cuerpo cuando te abrazo y te acaricio y querría que se detuvieran las arenas del tiempo por toda la eternidad. Mi mente se nubla y me dejo llevar por una enorme paz interior mientras el sonido de los pájaros cantando entre las ramas meciéndose me llena y me transporta a un mundo interior de infinita felicidad.

      Cada noche eres la última visión de mis cansados ojos y me despierto cada mañana, a tu lado, antes que tú solamente para recrearme en tu belleza serena. Tu respiración profunda, tu piel caliente, tu largo y suave pelo que se desliza entre mis dedos como el agua de lluvia entre las hojas, las sábanas blancas de pura seda tapan las curvas de tu cuerpo grácilmente. La brisa de la mañana inunda la estancia y refresca el ambiente. Entonces, tus ojos se entreabren y me miras. Me sonríes. Y nuestras miradas se hacen una a la vez que nuestros rostros se acercan poco a poco… Si tú me lo pidieras, pondría el cielo estrellado a tus pies y lucharía contra los mismísimos dioses para complacerte.

      Soñé que moría contigo.


“LEAVING LAS VEGAS”, de John O’Brien.


      “ El tiempo se ha convertido en algo muy importante para él, mucho más de lo que era cuando tenía un trabajo. Demasiadas veces ha despertado a las tres de la madrugada, tras haber perdido el conocimiento la noche anterior, y se ha encontrado con que no había ni una sola gota de alcohol en casa. Ha sentido que el pánico aumentaba en progresión geométrica conforme el correr de los minutos le marcaba la eternidad existente entre él y el mundo legalmente húmedo de las seis de la mañana. Sus bien dispuestas reservas de alcohol, que lo ayudarían a cruzar la tundra de dos a seis, a menudo se consumían a ciegas desde el abismo, después de que él hubiese cruzado la frontera de toda planificación cuidadosa. En una ocasión renunció a la espera y se fue corriendo al supermercado abierto toda la noche, donde se sintió agradecido por el privilegio de haber pagado un sobreprecio por una botella tamaño familiar de colutorio bucal. Ocho minutos más tarde, con el coche aparcado delante de su apartamento, la botella estaba medio vacía y él ya había empezado a calmarse. Apagó el motor del coche, detuvo la combustión interna.
             Así pues, su vida está marcada por los límites impuestos por la ley y las banderas rojas de las costumbres.

(……)

            - Hola –dice ella, y le besa la mejilla sudorosa. Al advertir el estado en que se encuentra, vuelve a su faena en la cocina. A su juicio es una escena demasiado desoladora para mirarla-. Probablemente no quieres oír hablar de ello ahora mismo, pero he comprado arroz. He pensado que podrías comer un poco. Así que si más tarde tienes hambre dímelo y te lo prepararé enseguida.
            Se vuelve hacia él sonriendo, con la mano en la cadera, en una burlona parodia de su papel de ama de casa.
            - De acuerdo –murmura él-. Voy al baño. Tomaré una ducha –añade, y sale tambaleándose de la cocina, con un litro de vodka en cada mano.
            Es un atardecer extraño y nuboso en Las Vegas, y la luz difusa del sol se ve aún más enturbiada por la ventanita traslúcida del lavabo. Como tiene las palmas sudadas le resulta difícil coger la botella de vodka por el cuello, pero con las dos manos puede beber y dejar luego la botella sin ningún incidente. Inclinado sobre el lavabo, aferrado a la fría porcelana, vomita de inmediato, tal como había previsto, y lo intenta otra vez. Hasta que no abre la segunda botella no es capaz de conservar nada en el estómago. Cinco minutos más tarde ya se mantiene en pie con mayor firmeza y se las arregla para darse una ducha rápida, interrumpida de vez en cuando por tragos escrupulosamente espaciados. Treinta minutos después de entrar en el baño, sale con las dos botellas vacías y se siente lo bastante bien como para sonreír y dispuesto para su primera bebida del día.”





jueves, 17 de noviembre de 2011

"EL AMANTE LESBIANO", de José Luis Sanpedro


      “- ¡El desprecio!...- rechaza mi padre con la voz más desdeñosa imaginable-. El desprecio lo temen los poderosos porque les debilita; ellos prefieren ser odiados porque eso es reconocer su fuerza. Los débiles nos confirmamos en ese desprecio ajeno porque es nuestra identidad. “El que se humilla será ensalzado”, lo dicen hasta los que necesitan dios, y es que al instalado en la sumisión no se le puede rebajar más.
      - No comprendo- me atrevo a interrumpirle.
      Me contempla benévolo:
      - Me extraña, con la vida que has llevado. Cuando el sumiso se encara con el fuerte, retándole a que le degrade, y el fuerte reacciona maltratando y humillando, hace precisamente lo que desea el sumiso. Es decir, le obedece, se convierte en su instrumento, aunque crea estar dominando…Mientras no te desprecies a ti mismo, ríete del desprecio ajeno y vive según tu propia verdad.”


martes, 15 de noviembre de 2011

“EXHIBICIÓN IMPÚDICA”, de Tom Sharpe.


            “Verkramp dijo que no le sorprendía lo más mínimo. Mientras comían, la doctora von Blimenstein le explicó que era precisamente una forma modificada de la terapia de aversión la que pensaba aplicar a los policías de Piemburgo implicados en casos de mestizaje. Verkramp tenía la mente un poco embotada por la ginebra y el vino y no acababa de entender.
      - No entiendo la…-empezó a decir.
      - Mujeres negras desnudas –dijo la doctora, sonriendo a su carne a la brasa-. Proyectar diapositivas de mujeres negras desnudas y administrar una descarga eléctrica al mismo tiempo.
Verkramp la miró con franca admiración.     
      - Ingenioso –dijo-. Maravilloso. Es usted un genio –la doctora von Blimenstein sonrió bobaliconamente.
 
(……)

      El peligro de que Sudáfrica se convirtiera en un país de gentes de color ya no asediaría a sus dirigentes blancos. Con la doctora von Blimenstein a su lado, Verkramp instalaría por todo el territorio clínicas en las que los blancos pervertidos se curaran de sus deseos de mujeres negras mediante la terapia de la aversión. Se inclinó hacia la mesa, hacia los encantadores senos de la doctora y le cogió una mano.     
      - La amo a usted –dijo sencillamente.

(……)

      …el Luitenant Verkramp se concentró en la campaña contra los policías con tendencias al mestizaje, a la que en clave había dado el nombre de “Lavado Blanco”. Ateniéndose a las directrices del doctor Eysenck, había decidido probar con apomorfina y electrochoque y envió para ello al sargento Breitenbach a un farmacéutico mayorista con un pedido de cien jeringuillas y nueve litros de apomorfina.
      - ¿Nueve litros? –preguntó incrédulo el farmacéutico-. ¿Seguro que no se ha equivocado?
      - Seguro –dijo Breitenbach.
      - ¿Y cien jeringuillas? –preguntó el farmacéutico, que no podía dar crédito a sus oídos.
      - Eso dije –insistió el sargento.
      - Sé que lo dijo, pero es que me parece imposible. Dígame, en nombre de Dios, lo que se propone hacer con nueve litros de apomorfina.
      El sargento Breitenbach tenía ya instrucciones de Verkramp.
      - Es para curar a los alcohólicos.
      - ¡Válgame Dios! –dijo el farmacéutico-. No sabía que hubiera tal cantidad de alcohólicos en el país.
      - Se ponen malos con esto –le explicó el sargento.
      - Ya lo creo –murmuró el farmacéutico-. Y con nueve litros seguro que hasta se mueren. Y seguro que queda bloqueado todo el sistema de alcantarillado de la ciudad, además. 
(……)

            …Verkramp subió a inspeccionar las celdas dispuestas para el tratamiento. Había en cada una de ellas una cama situada frente a una pared encalada, y junto a la cama, en una mesita, un proyector. Sólo faltaban las diapositivas. Verkramp volvió a su despacho y llamó al sargento Breitenbach.
            - Vayan a Adamville con un par de furgones y tráiganse a unas cien negras –ordenó-. Procure que sean atractivas. Las trae aquí y que el fotógrafo les saque fotos en pelota…
            Así que el sargento Breitenbach se fue a Adamville, el barrio negro de Piemburgo, para cumplir lo que a primera vista parecía una orden muy simple, pero que en la práctica resultó bastante complicado.
            Cuando sus hombres consiguieron arrancar a unas doce chicas de sus hogares y meterlas en el furgón, se había congregado una multitud furiosa y toda la barriada estaba alborotada.
            - Devuélvannos a nuestras mujeres –gritaban.
            - Déjennos salir –gritaban las chicas del furgón. El sargento Breitenbach intentó explicarse.
            - Sólo queremos retratarlas desnudas –les dijo-. Es para evitar que los policías se acuesten con mujeres bantúes.
            Como explicación resultaba poco convincente. Como es lógico, la multitud creía que retratar a mujeres negras desnudas produciría precisamente le efecto contrario.
            - Dejen ya de violar a nuestras mujeres –gritaban los africanos.

(……)

            - ¿Quiere que vayan a por más? –preguntó
            - Claro. Con ésas no hay bastante –dijo Verkramp-. Que las fotografíen y las devuelvan. Ya se calmarán cuando vean que no las han violado.
            - Sí, señor –dijo el sargento, no muy convencido.
            Bajó al sótano, donde el fotógrafo de la policía tenía ciertas dificultades para conseguir que las chicas se estuvieran quietas. Al final, el sargento tuvo que sacar el revólver y amenazarlas con disparar si no cooperaban.
            La segunda visita a Adamville fue mucho peor que la primera. El tomar la sabia precaución de hacerse escoltar por cuatro carros blindados y algunas camionetas cargadas de agentes armados no sirvió de mucho. El sargento ordenó que dejaran salir a las chicas y dijo a la multitud enfurecida:
            - Como podéis ver no les ha pasado nada.
            Las chicas salieron atropelladamente de los furgones, desnudas y magulladas.
            - Amenazó con dispararnos –gritó una de ellas.
´           Siguió a estas palabras un tumulto y en el intento de coger a otras noventa chicas para someterlas al mismo tratamiento, la policía mató a cuatro africanos e hirió a doce. El sargento Breitenbach abandonó el escenario de la matanza con otras veinticinco mujeres y un corte encima del ojo izquierdo causado por una pedrada.
            - Malditos cabrones –dijo, mientras se alejaban; comentario éste que tendría funestas consecuencias para las veinticinco mujeres del segundo grupo, a quienes fotografiaron y violaron debidamente en la comisaría, antes de dejarlas en libertad para que volvieran por su cuenta a casa. Aquella noche, el jefe de policía en funciones, verkramp, comunicó a la prensa que habían resultado muertos cuatro africanos en una pelea tribal en Adamville. 
(……)

            -¿No es hora de empezar ya, señor? –dijo, dándole un suave codazo. El Luitenant se interrumpió.
            - Sí. Iniciemos el experimento.
            Los ”voluntarios” pasaron a las celdas; les hicieron desnudarse y ponerse las camisas de fuerza colocadas sobre las camas a modo de pijamas. Hubo a este respecto cierta dificultad y fue precisa la ayuda de algunos suboficiales para que uno o dos de los voluntarios más corpulentos se las pusieran. Pero al final los diez hombres quedaron atados y Verkramp llenó la primera jeringuilla de apomorfina.
            El sargento Breitenbach le contemplaba preocupado.
     - El médico dijo que mucho cuidado con la dosis –susurró-. Dijo que si sobrepasábamos los 3 cc podría morir alguno.
      - ¿No irá usted a acobardarse ahora, eh sargento? –le preguntó Verkramp. El voluntario miraba la aguja, desde la cama, con ojos desorbitados.
        - He cambiado de idea –gritó desesperado.
        - Vamos, no diga bobadas –dijo Verkramp-. Lo hacemos por su bien.
     -¿Por qué no probamos primero con un cafre? –preguntó el sargento Breitenbach-. Quiero decir que no estaría bien visto que muriera alguno de estos hombres, ¿no le parece?
            Verkramp lo pensó un momento.
         - Creo que tiene razón –dijo al fin.
            Bajaron a las celdas de la planta baja e inyectaron a algunos africanos detenidos por sospechosos cantidades diversas de apomorfina. Los resultados confirmaron plenamente los temores del sargento Breitenbach. Cuando el tercer negro entró en coma, verkramp empezó a preocuparse.
            - Es un material fuerte –admitió.
            - ¿No sería mejor limitarnos a las descargas eléctricas? –preguntó entonces el sargento.
            - Creo que sí –dijo Verkramp con tristeza. Esperaba lleno de ilusión el momento de poder inyectar a los voluntarios. Mandó al sargento a buscar al médico de la policía para que firmara los certificados de defunción y volvió a la planta superior. Comunicó a los cinco voluntarios que habían sido elegidos para el tratamiento de apomorfina que no se preocuparan.
            - En vez de inyectarles, les someteremos al electrochoque –les dijo, y conectó el proyector. En la pared del fondo de la habitación, apareció una mujer negra desnuda. Todos los voluntarios tuvieron una erección. Verkramp movió la cabeza.
            - Repugnante – musitó, uniendo el terminal de la máquina de electrochoques al glande del paciente con un trozo de esparadrapo-. Mire –explicó el sargento que se sentaba junto a la cama-, cada vez que cambie la diapositiva, le dará una descarga eléctrica así –y movió enérgicamente el mando del generador y el policía de la cama se retorció convulsivamente y chilló. Verkramp examinó entonces el pene del individuo y se quedó impresionado-. Ya ve usted cómo funciona –dijo, y cambió la diapositiva.

(……)

            Por fin mandó que le trajeran un catre y se acostó en el pasillo a descansar un poco.
            “Estoy exorcizando el mal”, pensó; e, imaginando un mundo sin lujuria, se quedó dormido."





“LEÓN BOCANEGRA”, de Alberto Vázquez Figueroa


     “- ¿Serías capaz de suicidarte?
      - Naturalmente –le respondió el cura.
      - Pero eso es pecado. Un pecado mortal.
      - El peor pecado es que alguien, sea quien sea, consienta en que tengamos que padecer lo que estamos padeciendo. O lo que yo he padecido en aquella salina. Quien consiente tal cosa no tiene derecho a esperar que se respeten sus leyes.
      - Suena a blasfemia.
      - Blasfemar constituye siempre el último recurso. Estoy cansado de huir y de esconderme; de vivir peor que la más miserable de las bestias; de pasar calor, hambre y sed. Y sobre todo de saber que me encuentro a miles de millas de mi mundo y no saber si algún día regresaré.”

(……)


     “- ¿Quién puede asegurar dónde se encuentra exactamente la salvación eterna? ¿Quién asegura que no es más lógico amar a Dios mientras se cazan monos en libertad, que mientras se corta caña encadenado? El odio a quien nos sojuzga puede conducir muy fácilmente al rechazo hacia quien tiene el poder de evitar tal vejación y sin embargo no hace nada por impedirlo.- Dijo el cura.
      - ¿Dios?
      - ¿Quién si no?
      - Extraño cura, a fe mía.
      - Hace años dejé de considerarme cura –puntualizó el mugriento anciano-. Ya no me siento cura, ni sacerdote, ni misionero, ni tan siquiera siervo de cristo.
      - En ese caso, ¿qué hace aquí?
      - ¡Y yo qué sé!”



“CIUDAD RAYADA”, de José Ángel Mañas


      “Pasé la noche muy inquieto. En algún momento abrí los faros. Estaba bañado en sudor, y Tula sobaba a mi lado. Me levanté en gayumbos, sin pensar en nada, y saqué la pipa de la mochila. Tula dormía muy tranquila, con el pelo revuelto cayendo sobre la almohada. No sé qué me vino a la cabeza, pero el caso es que me veo durante un tiempo que me pareció una eternidad encañonándola, mientras respiraba tranquilamente. Más tarde he pensado mucho sobre el flús de aquella noche y he llegado a la conclusión de que con los sentimientos ocurre como con las drogas: hay subidotes y bajones. Y lo que uno siente es algo que depende de lo que llevas dentro. Si estás chungo dentro, estás chungo con los demás, y no sabes hasta dónde vas a poder controlarlo. Es como si siempre estuviéramos en la cuerda floja. Así que he llegado a la conclusión de que uno nunca puede fiarse de sus emociones. Creo.”

“RECUERDO IMBORRABLE”, de Marina Mayoral


(Relato completo)      

    “El hombre miró a la mujer, en el otro extremo del cuarto.
   - El sábado, de paso que vengo a buscar a los niños, me llevaré los libros.
      La mujer siguió con los brazos cruzados, sin moverse.
   - Eres el hijo de puta más hijo de puta que he conocido en mi vida.
   - Pues deberías alegrarte de perderme de vista.
      La mujer se dejó caer en un sofá como un muelle que se destensa.
   - No puedo vivir sin ti- dijo muy bajo.
      El hombre suspiró con impaciencia.
   - Por favor, no empecemos de nuevo.
   - No te vayas. Podrás hacer lo que quieras, te lo juro. No te pediré nada. Pero no te vayas. Te lo ruego, te lo suplico de rodillas…
      Avanzó hacia el hombre e intentó abrazarlo. Él retrocedió un paso.
   - ¡Basta, por favor! Se ha acabado, ¿entiendes? Quiero a otra mujer, quiero vivir con ella. No te rebajes de ese modo. Que quede al menos un recuerdo digno.
      La mujer se irguió. Salió del cuarto y volvió enseguida con dos niños de la mano.
   - Papá nos deja para siempre. Se va con otra mujer y con otros niños.
   - ¡Estás completamente loca!- dijo el hombre sin alzar la voz.
      Se puso en cuclillas para hablar a la altura de los niños.
   - Vendré a recogeros el sábado e iremos al Parque de Atracciones. Lo pasaremos muy bien. Y me llevaré mis libros- añadió antes de salir.
      Cuando se oyó la puerta de la calle, la mujer dijo:
   - Hoy dormiremos los tres juntos- después fue a la cocina y abrió las llaves del gas.
      En la cama, el hijo mayor preguntó: “¿Se va con otros niños? ¿Se olvidará de nosotros?”
      La mujer los abrazó y dijo con voz tranquila:
-          Duerme, cariño. Papá nunca podrá olvidarse de nosotros.”


lunes, 14 de noviembre de 2011

“LA HIJA DEL CANÍBAL”, de Rosa Montero


      “Resignación. Esa es la palabra de la gran derrota.
      La vida es un trayecto extenso y fatigoso. Es como un tren de largo recorrido que en ocasiones ha de atravesar regiones en guerra y territorios salvajes. Quiero decir que el camino está plagado de peligros y que el descarrilamiento es un accidente bastante común. Pero hay muchas maneras de perder el rumbo. Por ejemplo, uno puede irse directamente al infierno, como le pasó a Félix Roble durante algunos años. Otros, en cambio, no llegan a salirse de los raíles, sino que tan sólo van aminorando la velocidad, más y más despacio cada día, hasta que al fin se paran por completo y se quedan ahí, medio muertos de pasividad y de fracaso, oxidando la hojalata y las ideas bajo las inclemencias del tiempo.”



(……)

      “El cielo, si existe, debe ser un instante de sexo congelado. Hablo del sexo con amor, del apasionado encuentro con el otro. Si el sexo fuera una cuestión puramente carnal, no necesitaríamos a nadie: quién nos iba a atender mejor en nuestras necesidades que nuestra propia mano, quienes nos iban a conocer y querer más que esos cinco deditos aplicados. Si el onanismo no nos es suficiente es porque el sexo es otra cosa. Es salir de ti mismo. Es detener el tiempo. El sexo es un acto sobrehumano: la única ocasión en la que vencemos a la muerte. Fundidos con el otro y con el Todo, somos por un instante eternos e infinitos, polvo de estrellas y pata de cangrejo, magma incandescente y grano de azúcar. El cielo, si es que existe, sólo puede ser eso.”


“DON QUIJOTE DE LA MANCHA”, de Miguel de Cervantes.


      “- Sábete Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro. Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas; porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca.”

                        (…)

      “- ¿Y quién le mató? – preguntó Don Quijote.
       - Dios, por medio de unas calenturas pestilentes que le dieron – respondió el Bachiller.
       - Desa suerte – dijo Don Quijote -, quitado me ha nuestro Señor del trabajo que había de tomar en vengar su muerte, si otro alguno le hubiera muerto; pero habiéndole muerto quien le mató, no hay sino callar y encoger los hombros, porque lo mesmo hiciera si a mí mismo me matara. Y quiero que sepa vuestra reverencia que yo soy caballero de la Mancha, llamado Don Quijote, y es mi oficio y ejercicio andar por el mundo enderezando tuertos y desfaciendo agravios.
       - No sé cómo pueda ser eso de enderezar tuertos – dijo el Bachiller -, pues a mí de derecho me habéis vuelto tuerto, dejándome una pierna quebrada, la cual no se verá derecha en todos los días de su vida; y el agravio que en mí habéis deshecho ha sido dejarme agraviado, de manera que me quedaré agraviado para siempre; y harta desventura ha sido topar con vos, que vais buscando aventuras.”


(…)

“…que puesto que aquello sea ficción poética, tiene en sí encerrados secretos morales dignos de ser advertidos, y entendidos, e imitados. Cuanto más que con lo que ahora pienso decirte acabarás de venir en conocimiento del gran error que quieres cometer. Dime, Anselmo, si el cielo, o la suerte buena, te hubiera hecho señor y legítimo posesor de un finísimo diamante, de cuya bondad y quilates estuviesen satisfechos cuantos lapidarios le viesen y que todos a una voz y de común parecer dijesen que llegaba en quilates, bondad y fineza a cuanto se podía extender la naturaleza de tal piedra, y tú mesmo lo creyeses así, sin saber otra cosa en contrario, ¿sería justo que te viniese en deseo de tomar aquel diamante, y ponerle entre un yunque y un martillo, y allí, a pura fuerza de golpes y brazos, probar si es tan duro y tan fino como dicen? Y más, si lo pusieses por obra; que, puesto caso que la piedra hiciese resistencia a tan necia prueba, no por eso se le añadiría más valor ni más fama; y si se rompiese, cosa que podría ser, ¿no se perdía todo? Sí, por cierto, dejando a su dueño en estimación de que todos le tengan por simple.
      Pues haz cuenta, Anselmo amigo, que Camila es finísimo diamante, así en tu estimación como en la ajena, y que no es razón ponerla en contingencia de que se quiebre, pues aunque se quede con su entereza, no puede subir a más valor del que ahora tiene; y si faltase y no resistiese, considera desde ahora cuál quedaría sin ella, y con cuánta razón te podrías quejar de ti mesmo, por haber sido causa de su perdición y la tuya. Mira que no hay joya en el mundo que tanto valga como la mujer casta y honrada, y que todo el honor de las mujeres consiste en la opinión buena que dellas se tiene; y pues la de tu esposa es tal, que llega al extremo de bondad que sabes, ¿para qué quieres poner esta verdad en duda? Mira, amigo, que la mujer es animal imperfecto, y que no se le han de poner embarazos donde tropiece y caiga, sino quitárselos y despejalle el camino de cualquier inconveniente, para que sin pesadumbre corra ligera a alcanzar la perfección que le falta, que consiste en el ser virtuosa.”


(…)


     “ - Bien puede vuestra merced, señor Triste Figura, dormir todo lo que quisiere, sin cuidado de matar a ningún gigante, ni de volver a la Princesa su reino; que ya todo está hecho y concluido.
      -Eso creo yo bien —respondió don Quijote—, porque he tenido con el gigante la más descomunal y desaforada batalla que pienso tener en todos los días de mí vida, y de un revés, ¡zas!, le derribé la cabeza en el suelo, y fue tanta la sangre que le salió, que los arroyos corrían por la tierra, como si fueran de agua.
      - Como si fueran de vino tinto, pudiera vuestra merced decir mejor —respondió Sancho—; porque quiero que sepa vuestra merced, si es que no lo sabe, que el gigante muerto es un cuero horadado; y la sangre, seis arrobas de vino tinto que encerraba en su vientre; y la cabeza cortada es.. .la puta que me parió, y llévelo todo Satanás.
      - Y ¿qué es lo que dices, loco? —replicó don Quijote—. ¿Estás en tu seso?
      - Levántese vuestra merced —dijo Sancho—, y verá el buen recado que ha hecho, y lo que tenemos que pagar, y verá a la Reina convertida en una dama particular, llamada Dorotea, con otros sucesos, que, si cae en ellos, le han de admirar.
      - No me maravillaría de nada de eso —replicó don Quijote—; porque, si bien te acuerdas, la otra vez que aquí es tuvimos te dijo yo que todo cuanto aquí sucedía eran cosas de encantamento, y no sería mucho que ahora fuese lo mesmo.”


(…)

      “- Hallemos primero una por una el alcázar –replicó don Quijote-; que entonces yo te diré, Sancho, lo que será bien que hagamos. Y advierte, Sancho, que yo veo poco, o que aquel bulto grande y sombra que desde aquí se descubre la debe de hacer el palacio de Dulcinea.
      - Pues guíe vuesa merced –respondió Sancho-; quizá será así; aunque yo lo veré con los ojos y tocaré con las manos, y así lo creeré yo como creer que es ahora de día.
      Guió Don Quijote, y habiendo andado como doscientos pasos, dio con el bulto que hacía la sombra, y vio una gran torre. Y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y dijo:
      - Con la iglesia hemos dado, Sancho.”



“PEQUEÑAS INFAMIAS”, de Carmen Posadas.


      “Recordó el tacto húmedo de su tierna boca y luego un sabor metálico, mezcla de cobre con estaño quizá. ¿Iré bien?, pensaba Karen. Veamos, más profunda la lengua, tanto que por un momento creyó que iba a rozarle la campanilla. Sin embargo, corrigió el rumbo justo a tiempo, prefiriendo pasar la punta sobre los perfectos dientes de Chloe: molares, premolares, caninos, incisivos; un beso demasiado detergente, se dijo, minucioso en extremo y de una precisión poco romántica, pero ¿cómo demonios se besa a una chica que lleva un piercing en la lengua y otro en el labio inferior?”




"JUDIT, 16: 7-11"

El señor todopoderoso los aniquiló
por mano de una mujer.
Que no fue derribado su caudillo
por jóvenes guerreros,
ni le hirieron los hijos de titanes,
ni soberbios gigantes le vencieron.
Sino que fue Judit, hija de Merarí,
quien le paralizó con la hermosura de su rostro.
Se despojó de su ropa de viuda
por amor a los cautivos de Israel.
Ungió su rostro con perfumes,
vistió de lino para seducirle,
prendió la mitra en sus cabellos.




“AMOR, CURIOSIDAD, PROZAC Y DUDAS”, de Lucía Etxebarría


   “ Hasta ahora no había caído en la cuenta de que me sobra tanto tiempo, y creía que la casa no me dejaba un minuto libre, y lo creía de verdad, estaba tan convencida de eso como de pequeña, con las monjas, lo estaba de que Dios existía; pero ahora sé que el trabajo de la casa no es tan absorbente, y tampoco estoy muy segura de que exista Dios, y si existe, que ya no lo sé, desde luego no se preocupa mucho por ninguno de nosotros. Es más fácil creer en Dios cuando eres pequeña y la vida se limita a ir y venir del colegio y jugar con tus muñecas. Luego de mayor, cuando ves todas las cosas malas que hay en el mundo, ya no te resulta tan fácil eso de ser católica, y por muy bonitas que sean las estatuas de la Virgen con su manto azul y su corona de estrellas y las flores de mayo, no sé, como que se te pasa. Me parece que yo dejé de creer a los doce años. Yo era buena, era una buena chica, sigo siéndolo, y Dios no tenía ninguna razón para tratarme mal.”


“LOS TIPOS DUROS NO BAILAN”, de Norman Mailer


      “Cada pelo es precioso e individual, y tiene una función definida en el conjunto: rubio hasta resultar invisible donde muslo y vientre se unen, oscuro hasta hacerse opaco donde los tiernos labios piden protección, robusto y vigoroso como las barbas de un guardabosques bajo la curva de la barriga, oscuro y ralo como las patillas de un Maquiavelo donde el perineo se repliega en busca del ano. Mi coño se transforma según la hora del día y la malla de mis bragas. Y tiene sus satélites: esa caprichosa línea de vello que asciende hasta mi ombligo, y la que se introduce en mi ano, la suave pelambrera que tapiza el interior de mis muslos, la brillante pelusa que adorna la hendidura de mi trasero. Ámbar, ébano, pardo, rojizo, laurel, castaño, canela, avellana, gamuza, tabaco, alheña, bronce, platino, melocotón, ceniza, fuego y gris ratón: éstos son algunos de los colores de mi coño.”




“EL PREMIO”, de Manuel Vázquez Montalbán


      “Llevó Carvalho su secreta indignación calle del pardo abajo y su reojo quedó anclado en un mueble asomado al escaparate de un anticuario que se apellidaba Moore, como los medios volantes del Manchester United y un escultor de agujeros. El mueble que reclamaba la atención de carvalho era una vetusta mesa redonda con dos niveles, en el centro ocupada por finas jarras de cristal de La Granja decantadoras de vino y en el nivel inferior todo el redondel recorrido por círculos de los que colgaban las copas. Supo inmediatamente que era el mueble de su vida y conservó esta creencia hasta que una dama diseñada para vender antigüedades en plena juventud le dijo que aquella “table –wine” inglesa del siglo XVIII valía un millón seiscientas mil pesetas.
      - ¿Con las copas incluidas?- preguntó Carvalho sin poder contenerse a tiempo y mereciendo una sonrisa irónica de la dama, convencida de repente de que aquella mesa aún no tenía comprador. Carvalho se sintió ridículo en cuanto ya en la calle perdió la sonrisa de suficiencia astuta con que había acogido el precio de la mesa de su vida. Se te ha subido el vuelo en jet privado a la cabeza, se dijo, al tiempo que se volvía a la “table-wine” del escaparate y le advertía: Algún día volveré a por ti y escanciaré en tus jarras dos botellas de Rioja que conservo, que coinciden con mi añada. Me las tomaré a mi salud el mismo día en que me vaya a morir.”

“LOS PÁJAROS DE BANGKOK”, de Manuel Vázquez Montalbán


     “Marta quería algo suave y Carvalho solicitó un Alexandra. Él repitió el Singapur.
-          ¿Siempre bebe tanto? Va a acabar con el hígado hecho polvo.
-          Ya lo tengo
-          ¿Y le gusta tenerlo hecho polvo?
-      No siento el menor afecto por mi hígado. Ni siquiera lo conozco. No nos han presentado.
-          El hígado no es como el riñón, sólo se tiene uno.
-          ¿Está usted segura?”




“ÍCARO”, de Alberto Vázquez Figueroa


    “- Sé que resulta absurdo, pero tras mucho meditar sobre ello, llegué a una curiosa conclusión: no importa que una mujer sea guapa o fea, estúpida o inteligente, simpática o antipática. A la hora de la verdad, a la larga todo eso resulta superfluo. Lo que importa es la piel. El tacto de esa piel, el olor de esa piel, y la forma en que esa piel reacciona cuando se la acaricia es lo que marca la diferencia.”


“LAS CENIZAS DE ÁNGELA”, de Frank McCourt

(I)

     “- Tenéis que estudiar y aprender para poder llegar a vuestras propias conclusiones sobre la Historia y sobre todo lo demás, pero no podéis llegar a conclusiones si tenéis la mente vacía. Amueblaos la mente, amueblaos la mente. Es vuestro tesoro, y nadie en el mundo puede entrometerse en ella. Si os tocase la lotería y os compraseis una casa que necesitase muebles, ¿la llenaríais de trastos viejos de la basura? Vuestra mente es vuestra casa, y si la llenáis de basura de los cines se os pudrirá la cabeza. Podéis ser pobres, podéis tener rotos los zapatos, pero vuestra mente es un palacio.”


(II)

    “…nos dice que tenemos que poner cuidado de sacar la lengua lo suficiente para que la hostia consagrada no caiga al suelo. Es lo peor que le puede pasar a un sacerdote, dice. Si la hostia se te cae de la lengua, el pobre sacerdote tiene que ponerse de rodillas, recogerla con la lengua y lamer todo el suelo por si ha ido botando de un sitio a otro. Al sacerdote se le puede clavar una astilla que le deje la lengua hinchada como un nabo, y eso es suficiente para ahogar a una persona y para matarla del todo.”



“LAS OBRAS ESCOGIDAS DE T.S.SPIVET”, de Reif Larsen

     “Las contracciones le llegaron de pronto. Era un día nublado de julio. Estaba barriendo la cubierta, a menudo astillada, de la casa flotante cuando de golpe sintió como si una mano gigante le hubiera agarrado las entrañas y le hubiera tirado de algún órgano interior carnoso con el puño. Ese puño tiró primero con firmeza. Y luego con mucha más fuerza. Casi se le cayó la escoba por la borda, pero se aferró al palo de madera y lo colocó con cuidado en el marco de la puerta. La casa flotante cabeceaba ligeramente, como siempre hacía.

            No tenía tiempo de llegar a tierra firme. Gregor acababa de volver de los muelles; se lavó las manos en el mar con un pedazo de jabón y se preparó para ayudar a traer a su hija al mundo. Cuarenta y cinco minutos después cogió uno de sus cuchillos de cortar pescado de la caja de herramientas y seccionó el cordón umbilical. Depositó la placenta en un bol de porcelana. Después de entregar a la diminuta niña, ya envuelta en una manta y balando como un cordero, a Elizabeth, salió al exterior y vació el contenido del bol en el mar. La placenta flotó en la superficie como una medusa roja carmín hasta que se hundió en las profundidades.”



domingo, 13 de noviembre de 2011