“Verkramp dijo que no le sorprendía
lo más mínimo. Mientras comían, la doctora von Blimenstein le explicó que era
precisamente una forma modificada de la terapia de aversión la que pensaba
aplicar a los policías de Piemburgo implicados en casos de mestizaje. Verkramp
tenía la mente un poco embotada por la ginebra y el vino y no acababa de
entender.
- No entiendo la…-empezó a decir.
- Mujeres negras desnudas –dijo la doctora, sonriendo a su carne a
la brasa-. Proyectar diapositivas de mujeres negras desnudas y administrar una
descarga eléctrica al mismo tiempo.
Verkramp la miró con franca admiración.
- Ingenioso –dijo-. Maravilloso. Es usted un genio –la doctora von Blimenstein sonrió bobaliconamente.
- Ingenioso –dijo-. Maravilloso. Es usted un genio –la doctora von Blimenstein sonrió bobaliconamente.
(……)
El peligro de que Sudáfrica se
convirtiera en un país de gentes de color ya no asediaría a sus dirigentes
blancos. Con la doctora von Blimenstein a su lado, Verkramp instalaría por todo
el territorio clínicas en las que los blancos pervertidos se curaran de sus
deseos de mujeres negras mediante la terapia de la aversión. Se inclinó hacia
la mesa, hacia los encantadores senos de la doctora y le cogió una mano.
- La amo a usted –dijo sencillamente.
- La amo a usted –dijo sencillamente.
(……)
…el Luitenant Verkramp se concentró
en la campaña contra los policías con tendencias al mestizaje, a la que en
clave había dado el nombre de “Lavado Blanco”. Ateniéndose a las directrices
del doctor Eysenck, había decidido probar con apomorfina y electrochoque y
envió para ello al sargento Breitenbach a un farmacéutico mayorista con un
pedido de cien jeringuillas y nueve litros de apomorfina.
- ¿Nueve litros? –preguntó incrédulo
el farmacéutico-. ¿Seguro que no se ha equivocado?
- Seguro –dijo Breitenbach.
- ¿Y cien jeringuillas? –preguntó el
farmacéutico, que no podía dar crédito a sus oídos.
- Eso dije –insistió el sargento.
- Sé que lo dijo, pero es que me
parece imposible. Dígame, en nombre de Dios, lo que se propone hacer con nueve
litros de apomorfina.
El sargento Breitenbach tenía ya
instrucciones de Verkramp.
- Es para curar a los alcohólicos.
- ¡Válgame Dios! –dijo el
farmacéutico-. No sabía que hubiera tal cantidad de alcohólicos en el país.
- Se ponen malos con esto –le
explicó el sargento.
- Ya lo creo –murmuró el
farmacéutico-. Y con nueve litros seguro que hasta se mueren. Y seguro que
queda bloqueado todo el sistema de alcantarillado de la ciudad, además.
(……)
…Verkramp subió a inspeccionar las
celdas dispuestas para el tratamiento. Había en cada una de ellas una cama
situada frente a una pared encalada, y junto a la cama, en una mesita, un
proyector. Sólo faltaban las diapositivas. Verkramp volvió a su despacho y
llamó al sargento Breitenbach.
- Vayan a Adamville con un par de
furgones y tráiganse a unas cien negras –ordenó-. Procure que sean atractivas.
Las trae aquí y que el fotógrafo les saque fotos en pelota…
Así que el sargento Breitenbach se
fue a Adamville, el barrio negro de Piemburgo, para cumplir lo que a primera
vista parecía una orden muy simple, pero que en la práctica resultó bastante
complicado.
Cuando sus hombres consiguieron
arrancar a unas doce chicas de sus hogares y meterlas en el furgón, se había
congregado una multitud furiosa y toda la barriada estaba alborotada.
- Devuélvannos a nuestras mujeres
–gritaban.
- Déjennos salir –gritaban las
chicas del furgón. El sargento Breitenbach intentó explicarse.
- Sólo queremos retratarlas desnudas
–les dijo-. Es para evitar que los policías se acuesten con mujeres bantúes.
Como explicación resultaba poco
convincente. Como es lógico, la multitud creía que retratar a mujeres negras
desnudas produciría precisamente le efecto contrario.
- Dejen ya de violar a nuestras
mujeres –gritaban los africanos.
(……)
- ¿Quiere que vayan a por más?
–preguntó
- Claro. Con ésas no hay bastante
–dijo Verkramp-. Que las fotografíen y las devuelvan. Ya se calmarán cuando
vean que no las han violado.
- Sí, señor –dijo el sargento, no
muy convencido.
Bajó al sótano, donde el fotógrafo
de la policía tenía ciertas dificultades para conseguir que las chicas se
estuvieran quietas. Al final, el sargento tuvo que sacar el revólver y amenazarlas
con disparar si no cooperaban.
La segunda visita a Adamville fue
mucho peor que la primera. El tomar la sabia precaución de hacerse escoltar por
cuatro carros blindados y algunas camionetas cargadas de agentes armados no
sirvió de mucho. El sargento ordenó que dejaran salir a las chicas y dijo a la
multitud enfurecida:
- Como podéis ver no les ha pasado
nada.
Las chicas salieron atropelladamente
de los furgones, desnudas y magulladas.
- Amenazó con dispararnos –gritó una
de ellas.
´ Siguió a estas palabras un tumulto y
en el intento de coger a otras noventa chicas para someterlas al mismo
tratamiento, la policía mató a cuatro africanos e hirió a doce. El sargento
Breitenbach abandonó el escenario de la matanza con otras veinticinco mujeres y
un corte encima del ojo izquierdo causado por una pedrada.
- Malditos cabrones –dijo, mientras
se alejaban; comentario éste que tendría funestas consecuencias para las
veinticinco mujeres del segundo grupo, a quienes fotografiaron y violaron
debidamente en la comisaría, antes de dejarlas en libertad para que volvieran
por su cuenta a casa. Aquella noche, el jefe de policía en funciones, verkramp,
comunicó a la prensa que habían resultado muertos cuatro africanos en una pelea
tribal en Adamville.
(……)
-¿No es hora de empezar ya, señor?
–dijo, dándole un suave codazo. El Luitenant se interrumpió.
- Sí. Iniciemos el experimento.
Los ”voluntarios” pasaron a las
celdas; les hicieron desnudarse y ponerse las camisas de fuerza colocadas sobre
las camas a modo de pijamas. Hubo a este respecto cierta dificultad y fue
precisa la ayuda de algunos suboficiales para que uno o dos de los voluntarios
más corpulentos se las pusieran. Pero al final los diez hombres quedaron atados
y Verkramp llenó la primera jeringuilla de apomorfina.
El sargento Breitenbach le
contemplaba preocupado.
- El médico dijo que mucho cuidado
con la dosis –susurró-. Dijo que si sobrepasábamos los 3 cc podría morir
alguno.
- ¿No irá usted a acobardarse ahora,
eh sargento? –le preguntó Verkramp. El voluntario miraba la aguja, desde la
cama, con ojos desorbitados.
- He cambiado de idea –gritó
desesperado.
- Vamos, no diga bobadas –dijo
Verkramp-. Lo hacemos por su bien.
-¿Por qué no probamos primero con un
cafre? –preguntó el sargento Breitenbach-. Quiero decir que no estaría bien
visto que muriera alguno de estos hombres, ¿no le parece?
Verkramp lo pensó un momento.
- Creo que tiene razón –dijo al fin.
Bajaron a las celdas de la planta
baja e inyectaron a algunos africanos detenidos por sospechosos cantidades
diversas de apomorfina. Los resultados confirmaron plenamente los temores del
sargento Breitenbach. Cuando el tercer negro entró en coma, verkramp empezó a
preocuparse.
- Es un material fuerte –admitió.
- ¿No sería mejor limitarnos a las
descargas eléctricas? –preguntó entonces el sargento.
- Creo que sí –dijo Verkramp con
tristeza. Esperaba lleno de ilusión el momento de poder inyectar a los
voluntarios. Mandó al sargento a buscar al médico de la policía para que
firmara los certificados de defunción y volvió a la planta superior. Comunicó a
los cinco voluntarios que habían sido elegidos para el tratamiento de
apomorfina que no se preocuparan.
- En vez de inyectarles, les
someteremos al electrochoque –les dijo, y conectó el proyector. En la pared del
fondo de la habitación, apareció una mujer negra desnuda. Todos los voluntarios
tuvieron una erección. Verkramp movió la cabeza.
- Repugnante – musitó, uniendo el
terminal de la máquina de electrochoques al glande del paciente con un trozo de
esparadrapo-. Mire –explicó el sargento que se sentaba junto a la cama-, cada
vez que cambie la diapositiva, le dará una descarga eléctrica así –y movió
enérgicamente el mando del generador y el policía de la cama se retorció
convulsivamente y chilló. Verkramp examinó entonces el pene del individuo y se
quedó impresionado-. Ya ve usted cómo funciona –dijo, y cambió la diapositiva.
(……)
Por fin mandó que le trajeran un
catre y se acostó en el pasillo a descansar un poco.
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