martes, 15 de noviembre de 2011

“EXHIBICIÓN IMPÚDICA”, de Tom Sharpe.


            “Verkramp dijo que no le sorprendía lo más mínimo. Mientras comían, la doctora von Blimenstein le explicó que era precisamente una forma modificada de la terapia de aversión la que pensaba aplicar a los policías de Piemburgo implicados en casos de mestizaje. Verkramp tenía la mente un poco embotada por la ginebra y el vino y no acababa de entender.
      - No entiendo la…-empezó a decir.
      - Mujeres negras desnudas –dijo la doctora, sonriendo a su carne a la brasa-. Proyectar diapositivas de mujeres negras desnudas y administrar una descarga eléctrica al mismo tiempo.
Verkramp la miró con franca admiración.     
      - Ingenioso –dijo-. Maravilloso. Es usted un genio –la doctora von Blimenstein sonrió bobaliconamente.
 
(……)

      El peligro de que Sudáfrica se convirtiera en un país de gentes de color ya no asediaría a sus dirigentes blancos. Con la doctora von Blimenstein a su lado, Verkramp instalaría por todo el territorio clínicas en las que los blancos pervertidos se curaran de sus deseos de mujeres negras mediante la terapia de la aversión. Se inclinó hacia la mesa, hacia los encantadores senos de la doctora y le cogió una mano.     
      - La amo a usted –dijo sencillamente.

(……)

      …el Luitenant Verkramp se concentró en la campaña contra los policías con tendencias al mestizaje, a la que en clave había dado el nombre de “Lavado Blanco”. Ateniéndose a las directrices del doctor Eysenck, había decidido probar con apomorfina y electrochoque y envió para ello al sargento Breitenbach a un farmacéutico mayorista con un pedido de cien jeringuillas y nueve litros de apomorfina.
      - ¿Nueve litros? –preguntó incrédulo el farmacéutico-. ¿Seguro que no se ha equivocado?
      - Seguro –dijo Breitenbach.
      - ¿Y cien jeringuillas? –preguntó el farmacéutico, que no podía dar crédito a sus oídos.
      - Eso dije –insistió el sargento.
      - Sé que lo dijo, pero es que me parece imposible. Dígame, en nombre de Dios, lo que se propone hacer con nueve litros de apomorfina.
      El sargento Breitenbach tenía ya instrucciones de Verkramp.
      - Es para curar a los alcohólicos.
      - ¡Válgame Dios! –dijo el farmacéutico-. No sabía que hubiera tal cantidad de alcohólicos en el país.
      - Se ponen malos con esto –le explicó el sargento.
      - Ya lo creo –murmuró el farmacéutico-. Y con nueve litros seguro que hasta se mueren. Y seguro que queda bloqueado todo el sistema de alcantarillado de la ciudad, además. 
(……)

            …Verkramp subió a inspeccionar las celdas dispuestas para el tratamiento. Había en cada una de ellas una cama situada frente a una pared encalada, y junto a la cama, en una mesita, un proyector. Sólo faltaban las diapositivas. Verkramp volvió a su despacho y llamó al sargento Breitenbach.
            - Vayan a Adamville con un par de furgones y tráiganse a unas cien negras –ordenó-. Procure que sean atractivas. Las trae aquí y que el fotógrafo les saque fotos en pelota…
            Así que el sargento Breitenbach se fue a Adamville, el barrio negro de Piemburgo, para cumplir lo que a primera vista parecía una orden muy simple, pero que en la práctica resultó bastante complicado.
            Cuando sus hombres consiguieron arrancar a unas doce chicas de sus hogares y meterlas en el furgón, se había congregado una multitud furiosa y toda la barriada estaba alborotada.
            - Devuélvannos a nuestras mujeres –gritaban.
            - Déjennos salir –gritaban las chicas del furgón. El sargento Breitenbach intentó explicarse.
            - Sólo queremos retratarlas desnudas –les dijo-. Es para evitar que los policías se acuesten con mujeres bantúes.
            Como explicación resultaba poco convincente. Como es lógico, la multitud creía que retratar a mujeres negras desnudas produciría precisamente le efecto contrario.
            - Dejen ya de violar a nuestras mujeres –gritaban los africanos.

(……)

            - ¿Quiere que vayan a por más? –preguntó
            - Claro. Con ésas no hay bastante –dijo Verkramp-. Que las fotografíen y las devuelvan. Ya se calmarán cuando vean que no las han violado.
            - Sí, señor –dijo el sargento, no muy convencido.
            Bajó al sótano, donde el fotógrafo de la policía tenía ciertas dificultades para conseguir que las chicas se estuvieran quietas. Al final, el sargento tuvo que sacar el revólver y amenazarlas con disparar si no cooperaban.
            La segunda visita a Adamville fue mucho peor que la primera. El tomar la sabia precaución de hacerse escoltar por cuatro carros blindados y algunas camionetas cargadas de agentes armados no sirvió de mucho. El sargento ordenó que dejaran salir a las chicas y dijo a la multitud enfurecida:
            - Como podéis ver no les ha pasado nada.
            Las chicas salieron atropelladamente de los furgones, desnudas y magulladas.
            - Amenazó con dispararnos –gritó una de ellas.
´           Siguió a estas palabras un tumulto y en el intento de coger a otras noventa chicas para someterlas al mismo tratamiento, la policía mató a cuatro africanos e hirió a doce. El sargento Breitenbach abandonó el escenario de la matanza con otras veinticinco mujeres y un corte encima del ojo izquierdo causado por una pedrada.
            - Malditos cabrones –dijo, mientras se alejaban; comentario éste que tendría funestas consecuencias para las veinticinco mujeres del segundo grupo, a quienes fotografiaron y violaron debidamente en la comisaría, antes de dejarlas en libertad para que volvieran por su cuenta a casa. Aquella noche, el jefe de policía en funciones, verkramp, comunicó a la prensa que habían resultado muertos cuatro africanos en una pelea tribal en Adamville. 
(……)

            -¿No es hora de empezar ya, señor? –dijo, dándole un suave codazo. El Luitenant se interrumpió.
            - Sí. Iniciemos el experimento.
            Los ”voluntarios” pasaron a las celdas; les hicieron desnudarse y ponerse las camisas de fuerza colocadas sobre las camas a modo de pijamas. Hubo a este respecto cierta dificultad y fue precisa la ayuda de algunos suboficiales para que uno o dos de los voluntarios más corpulentos se las pusieran. Pero al final los diez hombres quedaron atados y Verkramp llenó la primera jeringuilla de apomorfina.
            El sargento Breitenbach le contemplaba preocupado.
     - El médico dijo que mucho cuidado con la dosis –susurró-. Dijo que si sobrepasábamos los 3 cc podría morir alguno.
      - ¿No irá usted a acobardarse ahora, eh sargento? –le preguntó Verkramp. El voluntario miraba la aguja, desde la cama, con ojos desorbitados.
        - He cambiado de idea –gritó desesperado.
        - Vamos, no diga bobadas –dijo Verkramp-. Lo hacemos por su bien.
     -¿Por qué no probamos primero con un cafre? –preguntó el sargento Breitenbach-. Quiero decir que no estaría bien visto que muriera alguno de estos hombres, ¿no le parece?
            Verkramp lo pensó un momento.
         - Creo que tiene razón –dijo al fin.
            Bajaron a las celdas de la planta baja e inyectaron a algunos africanos detenidos por sospechosos cantidades diversas de apomorfina. Los resultados confirmaron plenamente los temores del sargento Breitenbach. Cuando el tercer negro entró en coma, verkramp empezó a preocuparse.
            - Es un material fuerte –admitió.
            - ¿No sería mejor limitarnos a las descargas eléctricas? –preguntó entonces el sargento.
            - Creo que sí –dijo Verkramp con tristeza. Esperaba lleno de ilusión el momento de poder inyectar a los voluntarios. Mandó al sargento a buscar al médico de la policía para que firmara los certificados de defunción y volvió a la planta superior. Comunicó a los cinco voluntarios que habían sido elegidos para el tratamiento de apomorfina que no se preocuparan.
            - En vez de inyectarles, les someteremos al electrochoque –les dijo, y conectó el proyector. En la pared del fondo de la habitación, apareció una mujer negra desnuda. Todos los voluntarios tuvieron una erección. Verkramp movió la cabeza.
            - Repugnante – musitó, uniendo el terminal de la máquina de electrochoques al glande del paciente con un trozo de esparadrapo-. Mire –explicó el sargento que se sentaba junto a la cama-, cada vez que cambie la diapositiva, le dará una descarga eléctrica así –y movió enérgicamente el mando del generador y el policía de la cama se retorció convulsivamente y chilló. Verkramp examinó entonces el pene del individuo y se quedó impresionado-. Ya ve usted cómo funciona –dijo, y cambió la diapositiva.

(……)

            Por fin mandó que le trajeran un catre y se acostó en el pasillo a descansar un poco.
            “Estoy exorcizando el mal”, pensó; e, imaginando un mundo sin lujuria, se quedó dormido."





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