“Llevó Carvalho su secreta indignación
calle del pardo abajo y su reojo quedó anclado en un mueble asomado al
escaparate de un anticuario que se apellidaba Moore, como los medios volantes
del Manchester United y un escultor de agujeros. El mueble que reclamaba la
atención de carvalho era una vetusta mesa redonda con dos niveles, en el centro
ocupada por finas jarras de cristal de La Granja decantadoras de vino y en el nivel
inferior todo el redondel recorrido por círculos de los que colgaban las copas.
Supo inmediatamente que era el mueble de su vida y conservó esta creencia hasta
que una dama diseñada para vender antigüedades en plena juventud le dijo que
aquella “table –wine” inglesa del siglo XVIII valía un millón seiscientas mil
pesetas.
- ¿Con las copas incluidas?- preguntó
Carvalho sin poder contenerse a tiempo y mereciendo una sonrisa irónica de la
dama, convencida de repente de que aquella mesa aún no tenía comprador.
Carvalho se sintió ridículo en cuanto ya en la calle perdió la sonrisa de
suficiencia astuta con que había acogido el precio de la mesa de su vida. Se te
ha subido el vuelo en jet privado a la cabeza, se dijo, al tiempo que se volvía
a la “table-wine” del escaparate y le advertía: Algún día volveré a por ti y
escanciaré en tus jarras dos botellas de Rioja que conservo, que coinciden con
mi añada. Me las tomaré a mi salud el mismo día en que me vaya a morir.”
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