“Allí efectivamente yacía Thorin
Escudo de Roble, herido de muchas heridas, y la armadura abollada y el hacha
mellada estaban junto a él, en el suelo. Alzó los ojos cuando Bilbo se le
acercó.
- Adios, buen ladrón –dijo-. Parto
ahora hacia los salones de espera a sentarme al lado de mis padres, hasta que
el mundo sea renovado. Ya que hoy dejo todo el oro y la plata, y voy a donde
tienen poco valor, deseo partir en amistad contigo, y me retracto de mis
palabras y hechos ante la
Puerta.
Bilbo hincó una rodilla, ahogada por
la pena.
- ¡Adios, Rey bajo la Montaña ! –dijo-. Es ésta
una amarga aventura, si ha de terminar así; y ni una montaña de oro podría
enmendarla. Con todo, me alegro de haber compartido tus peligros: ha sido más
de lo que cualquier Bolsón hubiera podido merecer.
- ¡No! –dijo Thorin-. Hay en ti
muchas virtudes que tú mismo ignoras, hijo del bondadoso Oeste. Algo de coraje
y algo de sabiduría, mezclados con mesura. Si muchos de nosotros dieran más
valor a la comida, la alegría y las canciones que al oro atesorado, éste sería
un mundo más feliz. Pero triste o alegre, ahora he de abandonarlo. ¡Adios!
Entonces Bilbo se volvió y se fue
solo.”
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